sábado, 5 de febrero de 2011

SOBRE LOS EXCESOS EN LA REBELIÓN DE TÚPAC  AMARU II, Y LA AMNISTÍA CONCEDIDA A DIEGO CRISTOBAL EN EL AÑO 1782
                   
“No basta la explotación para explicar la violencia que estalló en
esos tiempos. Para entender esa  época y las que después
 vendrían se hace necesario agregar un elemento: el desprecio. 
Es decir, se explotaba y se despreciaba, veneno lento que iba 
corroyendo las bases mismas de la pretendida igualdad cristiana, 

rara vez aplicada"
                                                                                                                                        JUAN JOSÉ VEGA
TÚPAC AMARU Y SUS COMPAÑEROS. p. 134

Este último 4 de noviembre, se conmemoró el bicentésimo trigésimo aniversario de la gesta emancipadora de Túpac Amaru II, y por ello, como siempre se estila, se han llevado desde grandes foros académicos, organizados por autoridades públicas, hasta pequeños conversatorios hechos por diversas organizaciones populares, ya que tal gesta  constituye la más grande conmoción que sacudió al virreinato peruano en el siglo XVIII.
Lo que nos lleva a tratar esta vez este tema, es el de profundizar  algunos hechos poco difundidos por los investigadores sociales, ya que es muy común en el Perú  ocultar de manera casi grosera muchas partes de nuestra historia, nos referimos a pasajes de la rebelión de Túpac Amaru II que constituyeron serios problemas para la causa tupa camarista, hechos trágicos que opacaron la insurreccional campesina. Con esto no pretendemos sobredimensionar los aspectos negativos de la empresa libertaria sino que para nosotros, hoy más que nunca resulta válido e imprescindible tocar tales tópicos, para entender mejor la realidad actual (periodo post guerra interna en el Perú), a pesar de que sean desagradables para el academicismo contemporáneo, por ello se ha esquivado su tratamiento.
La guerra campesina encabezada por José Gabriel Condorcanqui, a pesar de haber sido la insurrección que sacudió los cimientos de la sociedad colonial, como todo movimiento social de envergadura, no escapó a problemas  que debilitaron  la causa insurreccional, tal fue el caso de los sucesos de la matanzas de Calca, ocurridos entre el 18 y 19 de diciembre de 1780. La presión de las fuerzas populares se había desencadenado, desfogue de dos siglos y medio de implacable opresión. Como se sabe después de los primeros  triunfos en Sangarara, el cacique cuzqueño prefirió ir a las zonas altiplánicas  a irradiar la insurrección y dejó el mando de Tungasuca a su compañera Micaela Bastidas, pero después de recibir noticias adversas sobre hechos intensos, generados por caciques extremistas, tuvo que volver y adelantarse a la retrasada toma del Cuzco, para ello contó  con ayuda de lugartenientes  que habían venido del Collao, mucho más fieles que los exaltados de Calca.
Es muy poco lo que se conoce sobre Calca, vocablo  que sobresale del quechua Khallka “Pedregal” lugar en donde Manco Inca posiblemente posicionó su cuartel general en el siglo XVI. En tal localidad sucedió lo que tanto había temido el  cacique cuzqueño: grupos de campesinos “habían cometido los peores excesos, tras adelantarse decenas de leguas a la débil dirigencia ejercida por Micaela bastidas…” (1)  Se cuenta además que, no quedaron sobrevivientes desde San Salvador hasta Urubamba, ni siquiera se salvaron los mulatos, igual suerte corrieron mestizos, criollos y en especial españoles. Muchos indios virreinales perecieron apaleados, se agrega  todo esto, los saqueos e incendios.
Peor aun fueron las instructivas posteriores, puesto que, los que cometieron tales hechos dispusieron el exterminio no sólo de españoles y criollos, sino por igual de mestizos de cholos, de negros, de zambos, de mulatos y hasta de indios que tuvieran alguna relación con españoles y criollos. Ancianos y niños de ambos sexos fueron masacrados sin piedad, incluso se cuenta que se llegó a beber sangre humana en los cálices de los templos y muchos fueron los cadáveres vejados y violados en los propios altares (2)
De parte de las autoridades virreinales, las atrocidades fueron peores, en especial del cacique Pumacahua, (quien años después emprendería otro movimiento rebelde) indio de Chincheros, aliado de los españoles, emprendió  el exterminio generalizado en la zona, incluyendo niños mayores de siete años, y más adelante este mismo cacique, hizo despeñar a las mujeres y a sus hijos. (3)
Emilio Choy, a pesar de que no nombra detalladamente los hechos, en referencia al cacique cuzqueño menciona lo siguiente: “sus partidarios que en su momento constituyeron la mayoría en el Cusco, no pudieron entregarle la ciudad. El temor a la destrucción por el ejercito indio, más bien las empujó a rivalizar en la defensa de la capital de los incas”(4)                                                                             
Los  que pudieron huir de Calca, una vez que llegaron al Cuzco, irradiaron la noticia de las matanzas ocurridas no sólo contra españoles sino contra los mismos indígenas, por lo cual posiblemente muchos de ellos hicieron causa común con las autoridades cuzqueñas  para la defensa de la ciudad; a partir de allí, la historia es conocida, los tupacamaristas pese a contar con muchos indios;  entre cuarenta y 60 mil, no pudieron tomar el Cuzco, que se había convertido en una fortaleza inexpugnable, muy por el contrario Túpac Amaru dio la orden de retirada, muchos de los indios salieron en desbande, y buen porcentaje de ellos desertaron. A partir de los hechos ocurridos, se puede  entender el por qué de la cantidad de indios  que acompañaron a los realistas en la cuarta columna que salió del Cuzco para cortar la huida de Túpac  Amaru II, del aproximado de diecisiete mil hombres , cerca de 14 mil eran indios. (5)
Para entender mejor, el porqué de las manifestaciones de desenfreno en las filas rebeldes, partimos por señalar que, dentro del movimiento, coexistían dos formas de ver  contra quienes se apuntaba en la lucha, por el lado de la visión de Túpac  Amaru, el movimiento tenia que comprender un frente de todas las razas, pues comprendió que la lucha estaba encaminada contra los abusos e injusticias de las autoridades españolas; por otro lado existía una línea recalcitrante y racista,  que ponía como blanco, todo lo que fuera español, desdeñando la existencia de muchos criollos y españoles empobrecidos  por los impuestos coloniales, esta posición dogmática se manifestó en los sucesos de Calca.
Existe un claro consenso dentro de la mayoría de intelectuales  que han investigado  la gesta de 1780, para no ir a fondo en lo referente a las desviaciones de muchos de los jefes tupacamaristas, incluso hasta ahora se llega a eludir lo ocurrido en Calca. Pero, por otro lado, en la actualidad existe mucha facilidad para juzgar de manera sesgada rebeliones  recientes, como es el caso de la guerra interna de los 80s, que estuvo dirigida por el Dr. Guzmán, la que desde su inicio hasta el presente, se la ha juzgado unilateralmente, contando simplemente una versión, la oficial, y peor aun sólo hurgando en los problemas y limitaciones que se dieron al emprenderse tamaña insurrección, y esto se debe a que, después de más de 200 años de ocurrido la rebelión del  cacique Condorcanqui Noguera, es fácil ufanarse de tal acontecimiento, pero en cambio para juzgar hechos más recientes, todavía se juzga con odio y con venganza, sentimientos que no ayudan a resolver problemas candentes de reconciliación nacional. En el siglo XVIII, después de concluida la rebelión cuzqueña, los sentimientos de odios también se manifestaron, y esto se dio dentro de la supuesta intelectualidad progresista, tal fue el caso del hoy vanagloriado prócer de nuestra independencia Baquijano y Carrillo, personaje que  condenó rabiosamente la insurrección popular  emprendida por el campesinado y peor aun calificó de monstruosos a los que lucharon junto al líder cusqueño, y esto se da a conocer cuando escribió: “generoso Borbón, no imputes al reyno una culpa que abomina, detesta y quisiera abismar a costa de su sangre. Los monstruosos nacen en todos los países” (6)
Túpac Amaru  a pesar de no haber participado en lo ocurrido en Calca, fue juzgado sumariamente,  para cuyo fin las autoridades españolas tomaron como pretexto los exceso cometidos por caciques extremistas, pero en el fondo su juicio fue netamente político, ya que no le iban a perdonar   el haber emprendido, con fusiles anticuados y con unas cuantas armas,  una insurrección lanzada contra el imperio español. Y en su defensa jamás eludió la responsabilidad, que se manifestó en la respuesta que le dio al Visitador Areche, cuando éste lo conmina a delatar a sus colaboradores del Cusco: “aquí no hay más cómplices que tú y yo; tú por opresor, y yo; por libertador, merecemos la muerte” y tal como se conoce, el inca fue condenado  junto a la mayoría de sus lugartenientes y partidarios. Similar a esto ocurrió en el juzgamiento a la dirigencia de la guerra interna de los 80s, juicio que fue igualmente de carácter político, para cuyo fin la derecha peruana se cogió de los excesos cometidos  en algunas zonas del país. Como se da a conocer en el libro DE PUÑO Y LETRA página 53.  El Dr. Guzmán  jamás eludió su responsabilidad política, por haber dirigido la guerra interna contra el estado peruano,  tal como se propagandizó en el año 1992 por la mafia fujimontesinista, pero jamás estuvo conforme al juicio que se le dio, por considerarla  espuria. Por ello es que, hasta la actualidad su organización cierra filas junto a él con el fin de resolver problemas derivados de  la guerra, y en  ese camino se enrumban.
Pese al asesinato del máximo líder, la rebelión de 1780 continuó encabezada por  Diego Cristóbal, medio hermano del inca,  en el Alto Perú hacia lo mismo Túpac Catari.  Luego de varias incursiones, el primero decidió atender un llamado a un acuerdo de paz por parte de las autoridades españolas, ya que a estas nos les convenía que las hostilidades continuaran, pues la situación en el Perú, se tornaba caótica económicamente hablando, los primeros intentos se dieron con el obispo Moscoso y Peralta el 11 de noviembre de 1781, para que después, en una ceremonia principal en Sicuani el 27 de enero de 1782, se diera paso a un consentimiento de paz, por el cual Diego Cristóbal prestó juramento y entregó su espada al militar español Del Valle, la cual le fue devuelta para que con ella ayude a la pacificación de las provincias. Al finalizar la ceremonia, indígenas de las diferentes provincias bajaron a solicitar el indulto.
Tal actitud de Diego Cristóbal pudo haber sido considerado como una traición o en términos más actuales un capitulación, pues como pudo concebir tamaño entendimiento con los que ajusticiaron vilmente a su medio hermano y a toda su familia. Pero a pesar de que se conocían las tretas de los españoles, el nuevo conductor, tenía que intentar llegar una salida política, pues se dio cuenta  de los débiles que se encontraban los insurrectos por los años de  lucha emprendidas y vio el acuerdo como una posibilidad de frenar a las fuerzas españolas que reprimían a los poblados en su intento de  “pacificar” las zonas sublevadas. Y en lo esencial Diego Cristobal entendió que  los remanentes rebeldes carecían de una dirección probada, factor fundamental en todo levantamiento popular,  pues para aquel entonces, ya se había consumado la muerte de Túpac Catarí en el Alto Perú. Y no es que tal intento  obedecía a una ingenuidad de Diego Cristobal, los hechos posteriores al acuerdo de paz muestran que “de lugares diferentes venía gente que mostraban veneración por el caudillo indultado. También sus sobrinos eran recibidos en los pueblos con grandes muestras de alegría” (7), incluso se permitió el solemne entierro de los restos de Túpac Amaru y el traslado del cuerpo de Pedro Mendigure a la bóveda del templo, lo que generó el escándalo de la gente acomodada cuzqueña.  Estas muestras de respeto propiciaron mayor encono de parte de las autoridades españolas, pues a pesar de haber derrotado militarmente a los rebeldes, estos  mantenían ascendencia moral dentro del pueblo indio. La actitud militarista del también indultado Pedro Vilca Apaza, quien después de unos días de pactado el acuerdo, se dirigió a re encender la lucha en los pueblos meridionales, mermó de alguna manera las negociaciones con los españoles,  quienes después encontraron en el movimiento subversivo de Marcapata, encabezada por Simón Condori, un pretexto para capturar a Diego Cristóbal y su familia. La injusticia era tan clara que, incluso el mismo que condenó a Túpac Amaru II, el oidor Matalinares, “expresó explícitamente que la mayor parte de los acusados no tenían otro delito que apellidarse Túpac Amaru”, sin embargo él mismo expidió sentencia por razones de convencía política.
A manera de poner fin a este tema, y tomando como elemento de análisis el acuerdo del líder tupacamarista Diego Cristóbal con los españoles,  concluimos en lo acertado que estuvo el Dr. Guzmán en el año 1992, al plantear un acuerdo de paz al entonces presidente del Perú Alberto Fujimori, para que se de fin a la guerra interna,  ya que incluso personajes como Carlos Tapia reconocen que tal decisión en la actualidad le rinde sus frutos al líder maoísta, y a toda su organización.

NOTAS:
(1) Tupac Amaru y sus Compañeros. Vega, Juan José. Amauta. 1995. Cuzco.    p.129                                                                                                                                                        
(2) Ibíd. p. 130         
(3) Ibíd. p. 137   
(4) Antropología e Historia. Choy, Emilio. Editorial UNMSM. 1988.  Perú. p. 124
(5) La Rebelión de Túpac Amaru. Valcárcel, Carlos Daniel. Ediciones PEISA. 1973. Perú. p. 143          
(6) Choy, Emilio. Op. Cit.  p. 92                                                                                             
(7) Valcárcel, Carlos Daniel. Op. Cit.  p. 182